No existe título.

Si este fuese un texto diplomático, debería agregar una nota para asegurar que es ficción y blablablá. Sucede que, justo en esta ocasión, cualquier parecido con la realidad es totalmente buscado.
Más allá de eso, quizás sea mi forma de explicar por qué me resulta tan difícil decir "feliz día del orgullo"...



Cuando tenía trece años, me enamoré de una mujer.
Cuando tenía trece años, me enamoré de una mujer y supuse que nunca me iba a dar bola.
Cuando tenía catorce años me volví a enamorar de la misma mujer, porque creo que el amor es eso, volverse a enamorar todos los días.
Cuando tenía quince, esa mujer me dijo que estaba enamorada de mí, y a mí me pareció algo imposible.
Cuando tenía quince años, la mujer de la que me enamoré y yo decidimos intentar compartir otras cosas además de sonrisas.
Cuando tenía quince, esa mujer, que para mí era la más bella, y yo, le ocultamos a algunas personas lo que habíamos decidido compartir, y en ese entonces pensé que al escribir Romeo y Julieta, Shakespeare olvidó crear un monólogo que hablase sobre lo atroz que era que dos adolescentes cargasen con el odio y los prejuicios de adultos ciegos.
Cuando tenía dieciséis, los Capuleto de esa mujer descubrieron que yo estaba enamorada de ella y ella de mí, y la encerraron en su casa por una noche.
Cuando tenía dieciséis, recordé por qué detestaba la historia de Rapuncel; de todas formas, la mujer de la que estaba enamorada no tenía el cabello tan largo y yo no era tan bruta como ese príncipe.
Cuando tenía dieciséis, pensé por enésima vez que no hay peor cosa que ver sufrir a un ser amado sin poder hacer nada para evitarlo.
Cuando tenía dieciséis años, la mujer de la que me enamoré y yo decidimos seguir compartiendo, pero a escondidas.
Cuando tenía dieciséis años, descubrí con furia que el que pedía un amor prohibido en busca de romanticismo solo decía boludeces.
Cuando tenía dieciséis, esa mujer hermosa y yo empezamos a robarle tiempo al tiempo, amor a la rutina.
Cuando tenía dieciséis, tuve que respirar ondo y contar hasta diez para no batirme en duelo con alguno de los Capuleto.
Cuando tenía diecisiete, la mujer de la que estaba enamorada y yo pudimos volver a vernos de forma un poco más normal, aunque fue todo tan loco que a penas lo recuerdo.
Cuando tenía diecisiete, la mujer de la que estaba enamorada y yo decidimos dejar de compartir, y fue una de las decisiones más dolorosas que tomamos.
Ahora tengo dieciocho, y aunque detesto pensar en condicionales, me pregunto qué habría pasado con nosotras si el mundo no fuese tan heteronormativo y adultocéntrico.
Ahora tengo dieciocho y sigo enamorada de esa mujer, pero no hay nada que me asuste más que volver a compartir con ella.
Ahora tengo dieciocho, y escribo estas palabras con desesperación, enojo... pero sobre todo mucha, mucha tristeza y mucho, mucho cansancio.

Comentarios

  1. Todos tenemos que aprender a que cada quién toma sus propias decisiones a dejar de controlar la vida de los demás y fijarnos más en la de nosotros mismos.

    Consideró que tu historia A pesar de ser triste es inspiradora porque demuestra Qué necesitamos hacer un cambio no solamente en la perspectiva de género sino también nosotros mismos como seres humanos.

    ResponderEliminar
  2. HAY QUE SER MUY VALIENTE PARA CONTAR ESTA HISTORIA .TAN CIERTA TAN CONMOVEDORA .Y A LA VES TAN TRISTE, COMO REAL. PERO LAMENTABLEMENTE SEGUIMOS VIVIENDO EN UNA SOCIEDAD QUE SIGUE SIENDO IPOCRITA. TE ADMIRO

    ResponderEliminar
  3. Te animo a que vuelvas a intentarlo, si así lo siente tu corazón. No te dejes vencer. Ya sos mayor de edad, vas camino a tu independencia, te merecés forjar tu propio camino. Y al que no le guste, que se vaya con sus prejuicios

    ResponderEliminar
  4. Sos sensibilidad y entendimiento Nicole. Todos tenemos cosas para enseñar. Vos tenes de las más importantes. Maravilloso relato.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

"Todos buenos"

Para que volvamos a abrazarnos

Hoy fui a ver a una amiga al teatro