Hoy fui a ver a una amiga al teatro

 Hoy fui a ver a una amiga al teatro.

Hoy fui a ver a una amiga al teatro, y cuando la obra terminó, una amable muchacha de atención al público me acompañó hasta la salida y me ayudó a cruzar Mercedes para que me resultara más cómodo llegar a la parada.
Hoy fui a ver a una amiga al teatro, y cuando llegué a la esquina de Mercedes y Andes, un agradable muchacho se ofreció a acompañarme hasta la parada que me servía.
Hoy fui a ver a una amiga al teatro, y cuando llegué a la parada, le pedí, sonriendo, a un hermoso grupo de gurises, de esos a los que la mayoría de la gente mira desde arriba, murmurando con aires de superioridad que "la juventud está perdida y que las cosas ya no son lo que eran antes", que, si podían, me fueran comentando qué ómnibus iba pasando, y que me avisaran  nomás cuando tuvieran que tomarse el suyo.
Ellos ni siquiera se lo cuestionaron; me dijeron que sí, claro, y de a ratos, risueños y preocupados, se fueron recordando los unos a los otros que tenían que irme diciendo qué ómnibus pasaba.
Cuando su ómnibus se acercó, una amable mujer me acercó un poco más a otro grupo de gente que tal vez pudiera ayudarme. Parada entre el banco y el cartel, les hice exactamente la misma petición que al grupo de gurises. No importa por qué: podía ser porque quería saber qué ómnibus pasaban por ahí, independientemente del que me fuera a tomar; porque  sabía que me servían varios y tenía miedo de olvidarme de alguno si  los enumeraba ante ellos; o, sencillamente, porque me gustaba saber qué ómnibus iban pasando, al igual que el resto de la gente que se hallaba en esa parada.
Inmediatamente empezaron las preguntas: ¿pero a dónde vas? ¿Cuál te sirve?
Yo, medio aturdida, dije que hasta San Martín, aunque insistí en que lo que yo necesitaba era que me dijeran qué ómnibus iban pasando por ahí.
-Decime mejor cuáles te sirven -insistió un hombre.
Quizá en otro momento yo habría cedido: con una sonrisa sincera, le habría explicado por qué yo insistía en mi petición, y tal vez los dos nos habríamos sonreído, mientras  yo me quedaba con la incómoda sensación de estar dando una explicación innecesaria.
Pero yo le dije que no se preocupara, que me arreglaba sola, con una cara que evidenciaba mis pocas ganas de seguir hablando. Cuando le di la espalda para poder parar mejor el ómnibus, dijo que hablara bien y se rió; agregó que él solo quería ayudar, y que le contara qué ómnibus me servían. En aras de la paz, ignoré su condescendencia y me quedé callada. Unos segundos después, soltó que él vivía con un hombre de baja visión, y que sabía cómo nos manejábamos nosotros. Yo me di la vuelta (ya con el cuerpo tenso y los labios temblando) y repuse:
-¿Sabés qué pasa? No somos todos una secta...
-Yo no dije eso -me cortó él, y después siguió insistiendo en que si yo le decía lo que quería, él me podía ayudar, que no era ningún ogro. Le respondí que quería manejarme de forma autónoma, él pareció aceptarlo y me di la vuelta otra vez. Mientras esperaba, cansada, tensa y angustiada, se me pasó por la cabeza buscar alguna chica para alejarme de él, o caminar hasta la esquina y tomarme  un ómnibus (que tenía menos frecuencia) en  la parada anterior.
Cuando el primer ómnibus pasó, él me dijo que era el 127. Después, llegó uno de los que me servían, y otro chico me avisó antes, se acercó a mí y me ayudó a subir. Yo me senté, indiqué con voz trémula al chofer dónde bajaba (él tuvo la amabilidad de preguntar), y escondí la cara tras el pelo y el celular, porque no me gusta que me vean cuando estoy llorando.
Cualquiera podría leer esto y pensar: "Qué bien, ¡a pesar de su desencuentro el hombre tuvo la bondad de decirle qué ómnibus pasaban"!
Voy a contarles una cosa. Las personas con discapacidad no somos niños ni estúpidos, contrario a lo que muchos parecen creer. Podemos hacer las cosas, aunque tal vez de una forma distinta. Y el hecho de desoír la ayuda que pide una persona, queriendo obligarla, además, a que dé información que no desea dar, es aprovecharse de una posición de poder.
No importa que la persona que ayuda tenga las mejores intenciones del mundo. Desde el momento en que una persona dice no y la otra no respeta eso, hay una situación de violencia.
Y el día en que la gente entienda eso, va a ser un día en el que voy a poder llegar a mi casa feliz por haber ido a ver a mi amiga al teatro, y no triste, agotada y furiosa porque un hombre desconocido padece sordera selectiva.

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